domingo, 19 de mayo de 2013

Y el ángel sueña con una pequeña parte de la devoción que él le tiene a su amada…

Se había resignado a verla pasar cada tarde, sola, sin más compañía que la de su sombra aplastada contra el concreto sucio de la acera. Sus ojos negros (los de ella) parecían buscar a alguien entre el bochorno de la tarde; Carlos sabe que no es a él.

Sufre de un acoso tácito en el interior de su cabeza; cada vez que cierra sus ojos, no importa cuán breve sea el instante, ahí está su nombre estampado en cada árbol, en todos los paisajes, en cada uno de sus universos.

Pobre hombre, sin más Dios que esa hermosa mujer de ojos profundos, cuerpo esbelto y una piel de lácteos matices, a su vez, transparente como la ventana de Carlos. Comprendió que al cielo no se llega con arena en los bolsillos ni buenas intenciones.

Es su perfume una bendición en ese cuerpo intoxicado por el millón de ilusiones enfermas de distancia y futuro. Una droga que lo eleva por encima de su injusta realidad, donde tal vez sus miradas puedan ser libres como el viento y correr ligeras a su encuentro.

Ya son las seis de la tarde y Carlos, molesto, se oculta tras la gruesa cortina (lo mismo hizo el sol). De todos modos ya María encontró a quien buscaba. El problema es que tal vez pudo a ser él; ahora nunca lo sabrá.