En uno de esos poco frecuentes
ataques de cordura se le veía muy concentrado a Carlos redactando una carta
para nadie (las cuales ya se contaban por cientos). Esta, en especial decía
algo así:
Estimado Dios;
Señor Sordo-poderoso
Hace muchas noches ya que veo
como las horas se juntan y se descomponen en montoncitos de de minutos largos y
perezosos. Noches en las que todos los sonidos se exageran al punto que he
mandado a callar hasta al mismo silencio de esta humilde habitación; incluso la
respiración de los ausentes es excusa para comenzar esta cuasi mortal lucha anti
gravitacional de mis párpados cansados.
Es esto, al mismo tiempo, materia
prima y justificación de todos esos debates filosóficos, en dónde soy dueño
absoluto de la razón, mas no de la verdad. Comparo mis ratos (noches) de
insomnio con gigantes cristales que magnifican hasta el punto de la exageración
cada uno de los detalles, que quizá para el resto de los mortales pasen
desapercibidos, pero que para mí son puntas afiladas que acribillan cada rincón
de la conciencia. ¿Quién puede dormir habiendo tanto en qué pensar?
Soñar es para los abstractos y le
hace mucho daño al corazón. De esto puede dar fe este humilde servidor. Que un
día fantaseó con uno de sus ángeles; éste quien se enamorara de la divinidad
inmaculada de uno de esos seres de luz que caminan entre nosotros, pero
pertenecen a otro universo. De esos que te hacen miserable para el resto de tus
días; pues, ellos tienen alas y viven conforme a su voluntad. Que te pueden
elevar hasta un paraíso lejano donde no llegan las miradas débiles de los
demás; donde se puede saborear cual manjar hasta el más ínfimo suspiro y cada
beso es un orgasmo.
¿Cómo es que un ser divino te
condena a la oscuridad de la noche? Mi imagen ha abandonado cada espejo de esta
casa; a ratos me conformo con ver mi silueta recostada a la fría pared de concreto hija de mi
cuarto, que por instantes arrulla a mi jorobada sombra también ávida de
descanso.
Es ingrata la mañana que desnuda
este triste padecer, pues son mis ojos fiel reflejo de lo crudo de su ausencia.
De madrugadas atrapadas en el recuerdo de un efímero viaje hacia los brazos de la muerte, que me endulza
y acaricia cuando el sol se cambia de traje.
Mientras tanto, sigo tratando de
entender ¿cómo hace la gente para dormir habiendo tanto en que pensar?