viernes, 23 de agosto de 2013

Son confusos los atardeceres en agosto;
entretejidos de lo vivo y lo muerto
de los que vienen y se van.
Aguaceros que apagan el sol de vez en cuando.
Armoniosos y llenos de vos, de tu esencia.
Ventanas en las que veo morir el presente,
y me preparo para verte parir un destino inmaculado.
Son confusos los atardeceres en agosto, monocromáticos.
Mezcla absurda de paz y momentos inflados nada, sol...
o de tiempo.
Inciertos y húmedos…
Muy similares a las tardes de setiembre.

Me encanta cuando me amas sin decir palabra alguna

Me encanta cuando me amas sin decir palabra alguna,
cuando en movimientos circulares tu cadera va creando torbellinos,
alocados arrebatos de placer que revolotean maliciosamente
por todo mi cuerpo y finalmente se escapan por mi boca,
es el amor disfrazado de jadeos y suspiros.

Me encanta cuando me amas sin decir palabra alguna,
verte sonreír con los ojos cerrados. Preciosa ofrenda
de labios húmed...os y el eco opaco de dos cuerpos
desnudos que han cedido ante el clamor de las circunstancias.
Balance perfecto entre el placer de lo celestial y la bondad mis pecados.

Me encanta cuando me amas sin decir palabra alguna,
Sentir tus manos ancladas a mi pecho tan dispuestas
a llevarme contigo en este viaje de aromas y texturas.
Un mundo de dos; sin apuro, sin culpas y sin Dios!
Refugiados en la ternura de un orgasmo!
...por un momento desearía ser parte de ese colectivo sin rostro que goza del efecto placebo de la luz; poder así descargar la mayoría de culpas y aflicciones en seres imaginarios y dicotómicos.

Me gustaría alivianar esta carga cerrando mis ojos al pie de un trozo de madera bien clavada, o en Al-borak subir al cielo para encontrar la sabiduría eterna. Hallar en la panza de un calvo sonriente la clave para cambiar mi suerte; para ser feliz.

Repetir como un conjuro mágico lo mismo todas las noches y echarme a domir tranquilamente mientras alguien se encarga de todo....

!Que se alejen de mí la lógica, la ciencia y el sentido común!
(enemigos de la fe)

Así hablaba Carlos un viernes por la tarde, mientras María bailaba para sí misma al lado soleado de su ventana.