viernes, 17 de agosto de 2012


Eran casi las siete de la noche. Ya estaba oscuro.
Mi único vínculo con el mundo real era la soga que nacía
en mi cuello y con gran convicción sujetada la roída viga de
madera en este palacio de la muerte.
Mi cuerpo es un péndulo, que se mece al compás de esta brisa vespertina.
El silencio que provino después de mi último suspiro, se puede describir como ensordecedor.
Casi con cinismo se ve adornada mi boca con dos delicados lazos de sangre,
uno en cada extremo. Es como si estuviera envuelto para mi encuentro con
la parca.
Que curioso, como apenas unos meses atrás todo parecía bien. Hubo sonrisas,
besos, abrazos, Dios, paz. Bastó con que se marchara mi ángel de la guarda para
perderme y rezarle al que no debía. Jamás imagine que esto terminaría así, siendo una
estadística más, de los que no pudimos, otro más en la lista de los débiles. Quererte no fue suficiente.
Jamás creí que mi historia terminaría así, poco poética. Al menos, me hubiese gustado
caminar hacia el fondo del mar, como mi Alfonsina. Me hubiera desnudado, o lo hubiera hecho parecer
un accidente; pero no, me precipite, y hasta mi muerte salió mal. Olvide donde deje la carta que con
tanto anhelo te escribí aquella noche.
Me hubiera gustado mirarte a los ojos una vez mas, apretarte contra mi pecho y que con un Te amo pudieras cambiar todo.
Lo que hubiese dado porque esta fuera otra de mis constantes pesadillas y a las seis de la mañana verte ahí, dormida.Tan mía como siempre.

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