viernes, 17 de agosto de 2012


Hay cuatro velas en la habitación, unas cuantas sombras y tu milagrosa 
ausencia. Dos mujeres que te lloran, el perro que aun no entiende lo que pasa. 
El hombre, perdido, en esa oscuridad de manos invisibles y el eco de sus llantos a la distancia. Ansioso y débilmente preocupado, pues, Dios no estaba atento de su agonía, ni siquiera él. 
¿Se puede morir alguien sin sentir el frío de la muerte carcomiéndole los huesos? 
Ese famoso muerto no se acostumbra a la estrechez de su nuevo hogar. Maderas humildemente clavadas para hacer una fortaleza contra los gusanos, una astilla en el hombro derecho y ese apenas perceptible olor a cansancio proveniente de aquel serpenteado hilo de sangre que dibuja un exquisito mapa de penas y mentiras. 
Es por eso que horas después de aquel fúnebre acontecimiento... 
El hombre araña, se retuerce e intenta gritarle a los de lejos 
la horrible travesura que sus amigos en una noche de tragos le han gastado. 
El hombre araña su ataúd, y siente el pánico de ser enterrado vivo. 

Adiós

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